domingo, 23 de junio de 2013

Historia de una chica

Un día normal, como cualquier otro.
Había pasado tiempo ya desde aquel desafortunado desatino, y la gente aprende a vivir con su pecados y sus penas sobre los hombros.
Por eso, ella intentaba que su vida fuera estable ahora, y se levantaba, vestía, peinaba y desayunaba como las personas que llevan una vida normal.

"¿Por qué me haces esto?"



Cuando su mente le volvía atrás la cabeza, la sacudía rápido al presente y se enfrascaba en sus tareas, que la distraían con eficacia. Dicen que no es bueno detenerse en el pasado, y procuraba no hacerlo demasiado.
Hacia su cama, limpiaba cristales y muebles, fregaba el suelo... y como siempre había mucha actividad en aquella tienda, siempre había algo que hacer, y eso le gustaba.

"Esto no está pasando"

La despertó un día, un cálido aunque molesto rayo de sol que se coló entre un rasgón de la cortina.
Desperezándose, se incorporó en la cama en silencio para escuchar la calma de la mañana. Le gustaba la tranquilidad.
Buscó sus gastadas zapatillas, cogió su ropa y salió de su habitación andando de puntillas para no despertar a la encargada ni al jefe. Si le pillaban yendo al cuarto de la caldera para vestirse podría darse por despedida.
Se le ocurrió un día que estaba harta de pasar un frió del demonio vistiéndose en su cuarto, y como ella se levantaba antes que nadie, pensó que no le traería ningún problema.
Así que, una gélida mañana de noviembre comenzó a caminar a hurtadillas por los pasillos para poder ponerse la ropa y las gastadas zapatillas pegada al cuerpo caliente de la máquina, aunque al salir el frío volvía a calarle hasta los huesos, pero era un pequeño placer que le gustaba permitirse. Quizás fuera la única "locura" que cometía desde que...

"Ya no eres tú"

Desde aquello, intentaba actuar de una forma normal, tranquila y serena. No llegaba nunca tarde, cumplía con sus obligaciones, acataba las normas... era una buena chica.
- Cuanto más alejada de las malas influencias mejor-, se decía convencida mientras barría los hilos del suelo.

- Chica, ve al almacén y trae las cajas de madera que ha dejado esta mañana el repartidor. Las de color negro.
- Recoge los ovillos de lana del suelo, chica.
- Friega bien el suelo, chica y no te olvides de cerrar todas las ventanas.

Así pasaban sus días, sus sueños y su vida.
Anteriormente era muy distinto, incluso reía más a menudo. En cambio ahora... bueno, ahora hacía lo correcto.

"Nadie va a amarte como yo, nunca"

Se encontraba aquella mañana en la parte trasera del local, ordenando bobinas por colores. Le gustaba que todo estuviera ordenado.
No era ya muy temprano pero todo estaba bastante tranquilo, y le gustaba.
Desde aquella habitación podía escuchar el ruido de la calle, los comercios abriendo, distribuidores repartiendo sus mercancías. La dulce rutina diaria.
Miró el calendario, - Viernes. Hoy no vienen nuevas mercancías... mejor, así no me molestará nadie en un buen rato-.
Aliviada y efímeramente feliz, siguió ordenando sus hilos.
Pero entonces se dio cuenta. Levantó la vista apresurada al calendario y reparó en el día que era y un nudo en el estomago, lo corroboró.
Bofetadas de recuerdos comenzaron a acribillarle sin piedad, sin que pudiera hacer mucho por parar de pensar en todo aquello.
Acercó una silla y se dejó caer en ella, y después en la mesa, desordenando junto con sus pensamientos todas las bobinas de hilos de colores.

La culpa solía visitarla sobre todo por las noches desde que el tiempo hizo su trabajo, pero esta vez apareció por sorpresa y ella no estaba preparada, así que no pudo evitar mojar su rostro con las penas que con tanto celo guardaba.
Entre sollozos, pedía perdón una vez tras otra de forma desesperada, aunque sabía que no obtendría respuesta alguna, como tampoco obtendría el perdón suplicado.
- Calma-, se decía. - Todo pasó hace tiempo, no remuevas el pasado-.
A través de sus ojos veía la mesa borrosa por las lágrimas. Poco a poco su corazón fue volviendo lentamente a su ritmo habitual cuando de pronto, sonaron cuatro golpecitos.
Alzó la cabeza para escuchar mejor y sonaron siete golpecitos esta vez.
Secó su cara con el delantal mientras se dirigía hacia la puerta.
Cuando abrió, podría haber jurado que vio un fantasma, pues la mirada de aquel chico pálido con la piel tan pegada a los huesos, casi le parecía de otro mundo.
Él, al verla, se le inundaron los ojos y una pequeña gota recorrió los ángulos de su rostro.
Ella no se percató de que tenía la mano en el bolsillo, porque no podía dejar de mirar aquellos ojos que tantas veces había contemplado en el pasado.
Él abrió la boca, levemente, y de sus finos labios salieron dos puñales, uno en forma de "te amo" y otro en un desesperado beso que sabía a nostalgia.
Acto seguido, sacó la mano del bolsillo y la dirigió a su sien, junto con una pistola y una bala que atravesó con una línea casi recta sus últimos pensamientos.

Ella no dijo nada, pero cogió la pistola y la dirigió a su sien, igualmente.


Han pasado ya 27 años desde aquello, pero ella desde su celda blanca lo recuerda perfectamente, como también recuerda que cuando apretó el gatillo, no salió ninguna bala más.
Y como también recuerda que ese chico, en su otra mano tenía un pequeño papel, en el que había escrito:

"Tú puedes vivir sin mi, yo si ti no".

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